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Premian a un científico argentino por sus hallazgos sobre las bacterias: "Me guía la curiosidad"

Diego de Mendoza estudió en Tucumán y se doctoró en Estados Unidos. Sus investigaciones dieron lugar al desarrollo de biocombustibles, el diseño de plásticos biodegradables y la biotransformación de residuos agroindustriales.



Por Carlos Pagura


ÁMBITO, 3 de octubre de 2021.- Diego de Mendoza dedicó su vida al estudio de las bacterias. “Siempre fui guiado por la curiosidad”, recuerda. Nació en Jujuy, se doctoró en Bioquímica en la Universidad Nacional de Tucumán y realizó un posdoctorado en la University of Illinois de EE.UU., donde inició sus estudios en microbiología molecular. Desde hace más de 35 años desarrolla su carrera en Rosario como destacado docente e Investigador Superior del CONICET. Ahora será distinguido por el Premio Fundación Bunge y Born 2021, uno de los reconocimientos más importantes del ámbito científico nacional que recibió, valga como ejemplo, el Nobel argentino en Medicina, Luis Federico Leloir, en 1965.


Antes de recibir el galardón, De Mendoza dialogó con Ámbito sobre algunos de los principales descubrimientos que lo situaron como un pionero a nivel mundial a la hora de conocer el misterioso universo de las bacterias. Hallazgos que dieron lugar al desarrollo de biocombustibles, el diseño de plásticos biodegradables o el uso de microorganismos para la biotransformación de residuos agroindustriales en productos de alto valor agregado, entre otros.


Periodista: ¿Qué es la microbiología molecular?


Diego De Mendoza: Es tratar de entender a nivel de moléculas como funciona una célula bacteriana y dilucidar procesos que pueden ser generales para otros organismos. Tiene muchísimos usos: desde la microbiología ambiental a la clínica para estudiar las enfermedades. Muchos procesos se aplican en biotecnología. Como en todas las ciencias, en esto tuvo un impacto decisivo los avances tecnológicos, porque permitieron desarrollar nuevos equipos y tecnologías para manipular baterías con sistemas cada vez más avanzados.


P: ¿Cuándo se dio cuenta que era lo que más lo apasionaba?


DDM: Desde que empecé mi carrera me dediqué a la investigación básica fundamental, sin el objetivo de generar ninguna aplicación, me guiaba la curiosidad. Ya en el colegio me entusiasmé con la química y era una de mis materias favoritas, después empecé a estudiar Bioquímica y allí me di cuenta que me quería dedicar a la investigación. Los últimos años de la secundaria y el comienzo de la Facultad fueron decisivos.


P: Luego fue a estudiar al exterior…


DDM: La investigación científica en la argentina fue difícil desde que me acuerdo, por los bajos sueldos y falta de recursos. Pero en la época en la que me fui estaba la dictadura militar y era complicado trabajar; yo hice mi tesis doctoral en Tucumán, uno de los lugares donde hubo más represión. Estuve fuera del país durante tres años y volví en 1983, motivado por el regreso de la democracia. Fui a Tucumán y al poco tiempo me instalé en Rosario para montar un laboratorio en la universidad, donde desde 1985 hice mi carrera científica más importante.


P: ¿Cuál fue su primer hito?


DDM: Siempre busque problemas fundamentales y una de las preguntas que me hice fue cómo detectan las temperaturas las bacterias, porque cuando detectan bajas temperaturas una proteína les permite realizar una serie de modificaciones que las protegen del frío. Descubrimos una proteína que funciona como un sensor de temperatura para las bacterias. Quizás mi vecino eso no le importe, pero sí sus aplicaciones. Estamos viendo cómo aplicarlo a los cultivos, ya que las plantas son afectadas por el frio y eso le interesa a mucha gente por la cantidad de cultivos que se pierde, Si se pudiera aplicar esa proteína en las plantas con una tecnología transgénica, esa proteína podría detectar las bajas temperaturas y activarse otras que servirían para abrigar las y hacerlas resistentes al frío.


P: ¿Qué otra aplicación tuvieron sus descubrimientos?


DDM: Detectamos por qué las bacterias no son gordas ni flacas y cómo mantienen la cantidad de grasas aunque reciban más o menos alimentos. Eso tiene varias implicancias: la proteína que realiza el proceso de interrumpir la producción de grasa no está presente en los seres humanos, pero podríamos sintetizarla en antibióticos que hagan que las bacterias dejen de producir grasas y mueran. Sería como dirigir una bala para destruirlas. Las grasas de las bacterias también son importantes para muchos productos biotecnológicos.


P: ¿Cuáles?


DDM: Hace tiempo producimos biodiesel de la grasa del aceite de soja. En Santa Fe y Rosario, unas de las zonas de más biodiesel en el mundo, uno de los productos que se desechan es la glicerina, que es muy barata y tiene un valor agregado. Entonces pensamos en tomarla para darle de comer a una bacteria, y con los conocimientos que teníamos hacer que produjeran biodiesel. Lo logramos, aunque o no a escala grande que es donde se hace rentable. También estamos probando alimentar a las bacterias con productos de desechos para producir plásticos biodegradables. El polietileno no se degrada nunca y genera mucha contaminación, la idea es hacer otro polímero basado en la glicerina, que se puede tirar y desaparece. También existen bacterias que producen biodegradación para limpiar ríos contaminados.


P: Es decir que las bacterias no son buenas ni malas


DDM: Ese es el mensaje: pueden ser malas para la salud y originar enfermedades, o ser buenas como los probióticos, que son bacterias vivas buenas para el intestino.


P: ¿Cómo ve a las nuevas generaciones de científicos?


DDM: Los veo interesados, porque la universidad se encarga de transmitir ese interés. Después hay chicos que viendo las condiciones del país emigran, otros que se integran a empresas, o incluso hay otros que son dueños de sus empresas. Lo importante es saber que antes que todo eso tienen que aprender a investigar y centrarse en la investigación básica, y que esa investigación básica, con muchos de sus costos en dólares e insumos importados, tiene que ser financiada por los gobiernos.

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