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El experimento democrático, una cultura de esfuerzo y optimismo

Aunque frágil y perfeccionable, la democracia implica una serie de hábitos y reflejos que privilegian sobre todo la mirada hacia adelante.


Ivan Petrella*, para La Nación


LA NACIÓN, 23 de julio de 2023.- ¿Cuál definición de democracia nos ayuda a reflexionar sobre las cualidades que necesitamos para que la nuestra perdure y prospere por los siguientes cuarenta años? Hay muchas entre las cuales elegir. Algunas muy concretas, como la del economista austríaco Joseph Schumpeter, para quien la democracia es un método para elegir representantes a través de elecciones competitivas. Hay otras más románticas. El filósofo estadounidense John Dewey alguna vez sugirió que la democracia es la aristocracia llevada a su límite, porque dentro de ella cada individuo debería verse como soberano. Yo quiero partir de otra definición. Es apócrifa, atribuida a veces a Benjamín Franklin, y dice que “la democracia son dos lobos y un cordero discutiendo sobre lo que van a comer.”


"La democracia es un experimento de convivencia que se arma entre personas con ideas y estilos de vida muy distintos y como todo experimento, puede salir mal"

Aunque parece minimalista y casi caricaturesca, un desglose permite resaltar conceptos que pueden enriquecer nuestra concepción de la democracia mientras transitamos las próximas décadas. Lo primero que surge es que la democracia como forma de organización social no es parte de la naturaleza (o de la naturaleza humana). No ocurre en el mundo natural que lobos y corderos diriman cuestiones conversando. Por eso, la democracia es un experimento de convivencia que se arma entre personas con ideas y estilos de vida muy distintos y como todo experimento, puede salir mal. Al final del día puede ocurrir que el cordero termine siendo la cena o, al contrario, los lobos se queden con hambre.


"La democracia es algo más profundo que cualquier arreglo institucional"

Si la democracia es algo artificial, un experimento que hay que armar, es evidente que requiere del esfuerzo de los participantes para sostenerse y funcionar. Y el éxito o el fracaso democrático depende de que cada uno cumpla con sus obligaciones dentro del experimento. Todos son parte y todos, cada uno desde su lugar, tienen un papel protagónico en lograr que tenga resultado positivo. Esa es la razón por la cual sin una dosis de optimismo no puede haber democracia. Los lobos y el cordero creen que el experimento puede ser exitoso y que vale la pena intentarlo, sino no estarían ahí. La democracia no tiene sentido ni razón de ser si la ciudadanía –los que participan del experimento– no creen que pueden resolver problemas y mejorar. Sin optimismo ganan la apatía y la resignación y peligra el experimento. Más aún, la discusión entre lobos y corderos no puede funcionar sin la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de escuchar, e incluso aprender. El optimismo subyacente a la participación tiene que ir de la mano de una ración de empatía. La empatía es otra característica del experimento.


En un experimento, ¿dónde se encuentran los resultados? La democracia privilegia una mirada hacia el futuro por sobre el pasado por la simple razón en todo experimento los resultados están siempre por venir, siempre por verse. Es por eso que todos los grandes pensadores, por ejemplo, de la democracia estadounidense –desde poetas como Whitman a ensayistas como Emerson o filósofos como Dewey– enfatizan las identidades a forjar por sobre las que se heredan. Obviamente, los resultados del experimento son temporarios y tentativos, requieren de ajustes y modificaciones para mejorar.


De estos puntos surge uno adicional: la democracia es frágil. Hemos visto esta fragilidad en nuestra historia y en la historia de las democracias en el mundo. No muchas han sobrevivido por largos períodos de tiempo. No sorprende, ya que hay varias maneras de sabotear el experimento. Antes, golpes de Estado. Hoy, políticos que una vez electos corrompen el sistema desde adentro. Obviamente, pobreza creciente (en nuestro caso, tomado como una totalidad en el mundo la pobreza viene cayendo), falta de educación, desinformación y teorías conspirativas, uno puede seguir enumerando los obstáculos al buen funcionamiento del experimento: los cimientos sobre los cuales las democracias se construyen nunca son del todo sólidos.


Nuestra definición apócrifa no habla de instituciones. No hay mención a la división de poderes, o a la independencia judicial, o al ejecutivo o al congreso, los elementos que generalmente atribuimos a la democracia en nuestra discusión pública. No me parece una casualidad, ya que la democracia es algo más profundo que cualquier arreglo institucional. Es una serie de hábitos y reflejos que incluyen el optimismo, el esfuerzo, el reconocimiento de obligaciones, la empatía, la mirada hacía el futuro y el reconocimiento que es un experimento frágil, que se puede sabotear sin tanta dificultad, y que depende de todos—lobos y corderos—para que perdure.


* El autor es director de cultura, humanidades e industrias creativas en la Fundación Bunge y Born.

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