Beatriz Aguirre-Urreta: “Por mi amor a la paleontología, pasé un mes sin bañarme”
La científica recibirá hoy el prestigioso premio Fundación Bunge y Born por el hallazgo de moluscos fósiles en la Cordillera.
CLARIN, 24 de agosto de 2016 - Se piensa que a los paleontólogos les fascina buscar fósiles de dinosaurios enormes. Sin embargo, hay quienes consiguen felicidad con tan sólo hallar restos de organismos prehistóricos y con menos fama. Beatriz Aguirre-Urreta es de ese tipo de gente.
Encontró su disfrute y desarrolló su vocación con el estudio de los amonites, unos moluscos fósiles que fueron parientes de los calamares y pulpos actuales, que exhibían una conchilla enrollada en espiral. Hoy, a las 19 horas recibirá en Capital el prestigioso premio Fundación Bunge y Born –que implican 100.000 dólares– por su “prolífica labor académica como por su extensa carrera docente”, durante un acto al que asistirán cinco ministros del Gobierno y la primera dama, Juliana Awada.
-¿Cómo decidió ser científica?
En realidad, decidí ser paleontóloga. Desde muy chica, esperaba que bajara la marea y siempre juntaba huesos fósiles en la playa de Necochea. Después del secundario, decidí estudiar biología en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Aunque no tenía a ningún investigador científico en mi familia. Mi mamá era profesora de matemática y mi papá, médico.
-¿Sus padres alentaron su carrera?
Me preguntaban si iba a poder vivir de la paleontología, y mi respuesta era: “Sí, no te preocupes”. Al terminar la licenciatura, hice un doctorado en biología, y más tarde un doctorado en geología. Porque no existía en aquel momento la carrera de paleontología. Con otros colegas, la impulsamos y hoy es una carrera viva. -¿Y cómo llegó a convertirse en una de las mayores expertas en amonites del hemisferio sur?
Mi jefa de trabajos prácticos, Lidia Lustig, decía que era importante contar con una colección propia de fósiles. Aconsejaba ir al campo para excavar, y trabajar con los propios fósiles. Empecé a estudiar los fósiles de amonites, que habitaron los mares del mundo hasta hace 65 millones de años. Y trabajé más contenta cuando encontré mis propios fósiles de amonites. Fueron organismos abundantes en el planeta, desde el Ártico hasta la Antártida, y se extinguieron al mismo tiempo que los dinosaurios.
-Pero no es fácil hallar sus restos.
Íbamos todos los veranos a la cordillera de los Andes a investigar. Porque allí hace más de 65 millones de años había un mar. Al principio, trabajamos en la cordillera patagónica. Nos mudamos a la alta cordillera de San Juan y a Mendoza. Trabajamos en la misma zona en que el naturalista inglés Charles Darwin recorrió en el siglo XIX. Ahora trabajamos en la cuenca neuquina, que es más amigable desde el punto de vista de la logística. Las rodillas ya no me dan tanto, pero sigo investigando. Algunos piensan que hay que ser excepcional para investigar y pasar tanto tiempo en la montaña. Pero sólo se necesita un físico razonable y muchas ganas de trabajar. Algunos no entienden que un paleontólogo pase un mes sin bañarse y cocinando con leña. Yo lo hice y lo disfruté mucho. Mis dos hermanos me siguen viendo como un bicho raro.
-¿Sus hallazgos tuvieron alguna aplicación directa?
Con nuestro conocimiento, colaboramos con profesionales de la industria para afinar la edad de los sedimentos de la Formación de Vaca Muerta, donde hay amonites a más de 2.000 metros de profundidad. El lugar hoy es clave para la industria de los hidrocarburos no convencionales.
-¿Para qué siguió los pasos de Charles Darwin en el país?
Trabajábamos con su libro de viaje en la mano. Es que el naturalista tuvo aquí sus primeras ideas de evolución a partir de hallazgos de fósiles de grandes mamíferos en la costa atlántica y de amonites a 3.000 metros de altura. Se preguntó cómo habían ascendido y cuánto tiempo había pasado. Hoy sabemos que los amonites estaban en un mar, donde después de millones de años emergió la Cordillera de los Andes.
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